miércoles, 30 de marzo de 2016

Matrimonio y nuevo matrimonio en la Iglesia Ortodoxa


1. El misterio del Matrimonio - "Pequeño Pentecostés" en la "ecclesia minor"

La imagen de la Trinidad en la persona se ve también en el hecho de que esta no ha sido creada sola, sino hombre y mujer en comunión de naturaleza. Así se explica también el mayor sufrimiento del hombre en este mundo y más allá: la soledad. Porque la soledad conduce a la muerte total, del cuerpo y del alma. El hombre no puede tener una existencia feliz mientras esté separado de sus semejantes y, sobre todo, separado de Dios, ya que Dios tampoco está solo, sino que es una comunión de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

A menudo, cuando hablamos sobre la persona, nos referimos al hombre o a la mujer, pero, desde el punto de vista teológico, tenemos que comprender a ambos. Dicho de otro modo, la persona en su plenitud no puede ser entendida si no es "juntos".

De este "juntos" constitutivo de la persona ha nacido la familia como expresión primera e inalienable de la comunión. La importancia de la familia como manifestación del amor trinitario y comunitario en el acto de la creación se ve también en el hecho de que todos los acontecimientos principales de la historia de la Salvación están ligados a la familia: en familia ha tenido lugar la caída, mediante la familia se perpetúa la raza humana y se transmite también el pecado ancestral, en familia empieza la restauración de la comunión degradada por el pecado. Por eso el Santo Apóstol Pablo llama a la familia "ecclesia domestica (minor)" (Rom 16,5) que está en la base de la "ecclesia major". Ambas Iglesias tienen una continuidad y un vínculo indestructibles.

Mediante el descenso del Espíritu Santo queda fundada la Iglesia grande, lugar de salvación del hombre por Cristo en el amor de Dios Padre. La Iglesia pequeña, la familia, también queda fundada mediante un descenso de la gracia del Espíritu Santo, es decir, mediante el Sacramento del Matrimonio; por eso este Sacramento puede ser llamado "el Pentecostés de la Iglesia pequeña".

El Sacramento del matrimonio es un nuevo Pentecostés, un descenso de la gracia del Espíritu Santo sobre los novios, acto que conduce a la fundación de la familia cristiana, donde la gracia une a los esposos en una vida nueva que es un anticipo de la vida eterna. Así como Pentecostés, mediante el descenso del Espíritu Santo, da comienzo a la Iglesia grande, el Sacramento del Matrimonio, mediante su gracia, funda la Iglesia pequeña, que rehace en Cristo la unidad ontológica entre hombre y mujer.

Del mismo modo que la familia es la célula básica de la sociedad, también las Iglesias pequeñas son las células básicas de la Iglesia grande, y entre ellas existe un estrecho vínculo de interdependencia.

"La unidad que se realiza en el acto del Matrimonio no es una unidad del mundo de abajo, sino del de arriba. Es una unidad a la que el Espíritu Santo le confía una vocación y una misión. [...] La llamada a la unidad de arriba, a la plenitud de la "ecclesia doméstica", es la llamada a la comunión en el amor, no solo en el sentido de que los novios, luego esposos, entran en un nuevo vínculo de reencuentro y amor, sino mucho más: mediante este amor del uno hacia el otro, ellos mismos descubren en el otro a Cristo. En los matrimonios que pertenecen al mundo caído, es decir, de la unidad de abajo, domina la desunión, separación que se manifiesta en diferentes tipos de degradación de las costumbres que no son suprimidos por el amor "natural", sino que más bien este los favorece, provocando así la desorganización del matrimonio y la familia. Lo propio del matrimonio cristiano, guiado por los valores bautismales de los que está dotada la "ecclesia doméstica", es el descubrimiento y la presencia en el mundo del amor como vida y de la vida como amor. Realizándose en el amor, los esposos son poseedores de poder capaz de curar las heridas de la caída, produciendo así los frutos de la obra divina por la que están dominados, y estos tienen una influencia benéfica en toda la comunidad.

El Sacramento del Matrimonio no es, por tanto, un acto estático. Es un acto mediante el cual, por un lado, se reparte la gracia como energía divina y, por otro lado, es un acto mediante el cual los dos esposos la desarrollan de un modo activo toda la vida. Si no fuera por esta gracia, la familia caería en una relación biológica simple que llevaría al aburrimiento y se deshilacharía. Sin embargo, la gracia alimenta y sostiene el amor entre los dos en un estado vivo, activo, inagotable.

Mediante el amor y la entrega mutua, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo, cada uno de los esposos ve en el otro la imagen de Cristo y conserva la unidad también mediante Cristo.

En este contexto se desarrolla también el amor erótico entre ambos esposos, que los hace un solo cuerpo (Mt. 19,6). El cristianismo no desprecia la unión corporal entre hombre y mujer, que tiene un doble papel: el de la satisfacción natural de las inclinaciones sensuales y, mediante esta, la procreación. Entre los dos aspectos existe una interdependencia responsable, y no se pueden excluir mutuamente. La relación entre el placer corporal y la procreación es un misterio delicado de la familia, pero la gracia del Sacramento del Matrimonio ayuda a la conservación del equilibrio en esta relación.

El paralelo entre la Iglesia grande y la Iglesia pequeña puede continuar bajo muchos aspectos; por ejemplo, la confesión de fe que se recita en la Iglesia grande tiene como correspondiente la fidelidad en la Iglesia pequeña; sobre todo los atributos de la Iglesia grande pueden encontrarse también en los de la Iglesia pequeña. Así, confesamos que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Pero, cuando afirmamos esto no nos referimos solo a la Iglesia grande, sino también a la pequeña.

Así, la familia es una en el sentido de que se funda para toda la vida, es decir, es indisoluble y monógama, y compromete a los esposos en una unidad de vida en el mismo Cristo. La gracia del Sacramento del Matrimonio fortalece la unidad de los esposos entre sí y con Cristo, defendiendo su vocación de indisolubilidad del mismo modo como Pentecostés une a todos en una sola comuni´n. Una es la Iglesia de Cristo, su cuerpo, y así tiene que ser también en la familia, en la que los esposos son un solo cuerpo hasta la muerte.

La familia es santa, igual que la Iglesia, mediante sus objetivos de santificación y salvación de sus miembros. Los miembros de la familia, igual que los de la Iglesia, no son santos, pero el objetivo principal de la familia, al que sirve la gracia del matrimonio, es la obtención de la santidad. El punto de partida de la santidad de la Iglesia es Pentecostés, que llega hasta hoy también mediante el Sacramento del Matrimonio, punto de partida de la santidad de la familia.

La familia es católica porque abraza a toda la humanidad, y mediante ella se perpetúa esta humanidad. Así como Pentecostés fundó la Iglesia para la santificación universal de los hombres y del cosmos, también la gracia del Matrimonio funda la familia para la santificación de la humanidad entera. 

La familia es apostólica en el sentido de que es fundada por el Sacramento del Matrimonio instituido por el Salvador Jesucristo y transmitido por los Santos Apóstoles y mediante la sucesión apostólica hasta nuestros días. La verdadera sacramentalidad se descubre en la continuidad apostólica ininterrumpida, que une Pentecostés con cada Sacramento del matrimonio. En esta apostolicidad se celebra el Matrimonio de cada familia, porque solo mediante la apostolicidad se perpetúa Pentecostés.

El Sacramento del Matrimonio es, pues, el que lleva a la Iglesia al seno de la familia y, a la inversa, integra a la familia en el seno de la Iglesia. La gracia invocada en el Sacramento del Matrimonio sobre los novios es la que desarrolla este doble movimiento.

El acto de fundación de la Iglesia pequeña mediante el descenso de la gracia del Sacramento del matrimonio sobre la nueva familia, "el Pentecostés pequeño", revela en modo claro el sentido teológico ortodoxo de este Misterio, sentido que se aparta de cualquier concepción juridicista o juridizante del matrimonio y la familia cristiana. Todas los disposiciones canónicas que la Iglesia ha elaborado en el curso de su historia no son más que reflejos y concretizaciones de la enseñanza ortodoxa acerca del matrimonio y la familia cristiana, disposiciones que no solo son totalmente distintas de las concepciones precristianas, sino que también preservan a la Iglesia de todas las influencias negativas que de ellas se derivan.

De este modo, la doctrina canónica de la Iglesia en general, y la referente al matrimonio en particular, surge directa e inevitablemente de la enseñanza dogmática de la Iglesia. El mayor y más fácil error a la hora de afrontar los santos cánones es el de confundirlos o asemejarlos a previsiones jurídicas formales, ajenas a la fe cristiana.

El derecho canónico ortodoxo intenta extender la justicia del Reino de Dios en las realidades históricas de la Iglesia, y mediante ella sostener y proteger la verdadera fe. Nació de la tensión escatológica en la que se encuentra la Iglesia, de la tensión de los que se encuentra entre el "ahora" y el "siempre" y tienen necesidad de un camino, de cánones, para cumplir la Ley de Cristo. Todas las disposiciones canónicas referentes al Sacramento del Matrimonio y a la familia, que son el objeto del derecho matrimonial ortodoxo, siguen el mismo objetivo: fortalecer y proteger la fe ortodoxa y al mismo tiempo la elevación espiritual de los que, mediante la fundación de una familia cristiana, anhelan el Reino de los Cielos.

2. La indisolubilidad del Sacramento del Matrimonio

La Iglesia Ortodoxa enseña que el Sacramento del Matrimonio es un sacramento indisoluble: se celebra sobre los novios de una vez y para siempre. La indisolubilidad es en la práctica consecuencia de la unión entre hombre y mujer, no solo como unión en el plano humano, fisiológico, sino también en el plano espiritual, para lo cual los esposos reciben una gracia especial repartida mediante el Sacramento del Matrimonio. "Pero esta gracia no tiene que ser recibida de forma pasiva, sino desarrollada activamente entre ambos. Así, la indisolubilidad inherente a la naturaleza y rehecha mediante la gracia también es obra de la voluntad de ambos". Si la unión se hace solo en el plano humano, ambos se pueden aburrir rápidamente el uno del otro, pero si la unión tiene lugar en un nivel espiritual, las personas se revelan mutuamente en un amor inagotable, sostenido por la gracia del Sacramento del Matrimonio.

Por consiguiente, según las enseñanzas de los Santos Padres, el Sacramento del matrimonio no es un acto de un momento, que se cierra como un contrato, de una vez par siempre, sino un acto de crecimiento continuo, de responsabilidad recíproca, de fortalecimiento y salvación de todas las situaciones críticas mediante la ayuda y la colaboración con la gracia del Matrimonio.

Del mismo modo hay que entender también la indisolubilidad del Matrimonio, no como un acto estático que se sostiene en el pasado y que aprieta hasta ahogar, sino como un acto dinámico, vivo, como blanco que atrae y al que se llega mediante una lucha espiritual sostenida por la gracia del Sacramento del Matrimonio.

El mayor don que el hombre ha recibido de Dios es la libertad, y por eso la Iglesia no puede sofocar la libertad del hombre aunque esta pueda conducir al pecado o a la negación de Dios. Mucho más la indisolubilidad, como un trazo del Matrimonio, no puede sofocar la libertad de los esposos, incluso cuando conduce al fracaso.

Dios nos a dado una libertad plena, sin restricciones, incluso la libertad de negarlo a Él, sin que esta existencia suya sea puesta en peligro por nosotros. Del mismo modo la indisolubilidad tiene que manifestarse en una libertad plena, sin coacciones, incluso en la libertad de los esposos que la niegan, separándose, sin que esta indisolubilidad, como objetivo y trazo de la familia cristiana, se deshaga. Los esposos que se separan se niegan a ellos mismos, reconociendo el fracaso y el pecado, pero no niegan la indisolubilidad que no han alcanzado. Los que no coronan el Everest no pueden negar que este monte exista. En otras palabras, la indisolubilidad del matrimonio es vocación, no condición.

La indisolubilidad de la Iglesia pequeña es como el atributo de la santidad de la Iglesia grande, que es santa por su objetivo aunque se componga de fieles pecadores. Del mismo modo, también la Iglesia pequeña es indisoluble por su vocación, no por la voluntad de los esposos, sometida siempre al pecado. Así como nadie puede coaccionar a la santidad, tampoco nadie puede coaccionar para conservar la indisolubilidad. La indisolubilidad tiene valor solo mientras sea libremente asumida.

3. El divorcio

La verdad de lo que hasta ahora se ha dicho se ve también en el hecho de que el divorcio ha sido y es una realidad indiscutible de la vida humana. Nadie puede negar la realidad trágica del divorcio.

El divorcio es un pecado y una tragedia. Nadie lo quiere, nadie lo asume de manera libre, nadie lo defiende. Pero existe y no puede ser negado. El aspecto más interesante es que el divorcio no puede ser tampoco prohibido. Podemos prohibir los pecados asumidos de modo consciente, pero no los errores que intervienen de un modo imprevisible y no deseado. Prohibir el divorcio es un sinsentido, es como si se prohibieran los terremotos, o los incendios, o las inundaciones, o las enfermedades...

Una familia sana es indisoluble. La enfermedad más grave de la familia es el divorcio, mediante el cual la indisolubilidad no es anulada, sino solo abandonada. Los pecados de los fieles no deshacen el atributo de la santidad de la Iglesia; al contrario, acentúan el dolor de una santidad incumplida.

Todo médico quiere la salud y repudia la enfermedad. Pero al mismo tiempo el médico no puede prohibir la enfermedad, lo que sería absurdo. Por ese motivo la Iglesia Ortodoxa no puede ser absurda prohibiendo el divorcio, porque este no puede ser prohibido. La Iglesia solo puede advertir, prevenir o tratar la enfermedad del divorcio. La Iglesia puede de la mejor manera posible dirigir espiritualmente a los esposos para que estos, en un acto de amor responsable y sacrificial, colaboren con la gracia del Matrimonio y prevenir así todo fracaso.

No pocas veces se ha dicho de manera equivocada que la Iglesia Ortodoxa acepta el divorcio. ¡No! La Iglesia Ortodoxa no acepta el divorcio, como no puede aceptar el pecado, sino que consiente, tolera o reconoce el divorcio como una realidad dolorosa indiscutible. La curación de una enfermedad no empieza con su aceptación o negación impasible, sino con su reconocimiento, con su comprensión y con compasión hacia los enfermos para encontrar la medicina adecuada. Nadie ama la enfermedad, pero sí a los enfermos que tienen necesidad de un amor sin fisuras. Así se explica por qué la Iglesia Ortodoxa no está de acuerdo con el divorcio, pero lo reconoce sin aceptarlo en vista a la salvación de los que han sido alcanzados por esta tragedia. La Iglesia Ortodoxa no ama, sino que condena el divorcio, pero al mismo tiempo no condena a los divorciados, sino que los ama, no por su fracaso, sino porque la Iglesia siente que tiene una misión justo donde el drama es mayor.

Otro error es el de creer que la Iglesia Ortodoxa divorcia a los esposos o que deshace el Sacramento del Matrimonio. La Iglesia no deshace un sacramento, no deshace lo que Dios ha unido. La Iglesia solo hace una cosa: reconoce la realidad destructiva del pecado, y por tanto también del divorcio. Así pues, el llamado "divorcio eclesiástico" tiene un carácter de constatación, administrativo, pasivo, no litúrgico-sacramental, es decir, activo.

Si la Iglesia pudiera "deshacer" el Sacramento del Matrimonio, podría "deshacer" todos los demás Sacramentos; por ejemplo, podría "devolver" la Comunión a la realidad de pan y vino que tenía antes de la Liturgia, cosa que es más que absurda. La Iglesia no puede hacer algo "por el dorso", es decir, en contra de lo que hizo inicialmente. Solo los receptores de los actos sagrados, pero no la Iglesia, pueden obrar contra la gracia que se les ha entregado mediante los sacramentos, no como algo normal, sino como una anormalidad nacida del pecado.

Por ejemplo, nadie puede "deshacer" o anular el Bautismo realizado a un fiel. El Bautismo permanece indeleble. Pero, aun así, la persona bautizada puede caer de la gracia, puede dejar de colaborar con la gracia del Bautismo e incluso abandonar la Iglesia cuando pierde la fe. Pero el Bautismo no se le puede quitar a nadie, permanece presente mediante su gracia, aunque se vuelve ineficaz por la falta de colaboración. Por eso la Iglesia Ortodoxa no conoce la práctica de la "anulación" de ningún sacramento, y por tanto tampoco la práctica de la "anulación" del Matrimonio en ninguna situación.

Los esposos que se encuentran en una crisis espiritual -y no solo- pueden perder el amor mutuo y sacrificial, dejando de colaborar con la gracia del Matrimonio, se pueden separar, pero no pueden deshacer el carácter indisoluble del sacramento. La gracia del Matrimonio permanece, aunque en una ineficacia dolorosa, mediante el rechazo a colaborar con ella. Este estado se asemeja al icono de Cristo que llama a una puerta que ya no quiere abrirse. Este es el gran drama del divorcio.

4. El nuevo matrimonio

En un matrimonio infeliz seguido de divorcio, la tragedia de los esposos separados le plantea a la Iglesia una pregunta muy complicada: ¿qué hacer ante tales situaciones? ¿Cómo ayudar a la salvación de ambos?

Desde el principio hay que decir que la tragedia de los esposos separados es también una tragedia de la Iglesia. Ante estas situaciones, la Iglesia no puede permanecer impasible ni inmutable. La respuesta a la pregunta arriba planteada se encuentra en la práctica de la Iglesia primitiva, antes de la división.

Así, según el principio de economía, la Iglesia ha escogido entre dos situaciones indeseadas: o rechazar a los esposos divorciados como quienes han perdido la salvación, o reintegrarlos en la Iglesia tolerando o consintiendo un nuevo matrimonio. Entre estas dos opciones, la Iglesia ha escogido el mal menor, es decir, tolerar el nuevo matrimonio de los divorciados.

El primer caso, el mar mayor, no se podía aceptar, porque la Iglesia no puede cerrar la puerta de la salvación a nadie. Dicho de otro modo, en la Iglesia no se puede decir nunca: "¡No existe posibilidad alguna!". Algo así no se puede oír más que en la prisión, donde la libertad del hombre está totalmente limitada.

Cuando los esposos no pueden reconciliarse definitivamente, sino que el divorcio se ha convertido en una enfermedad incurable desde el punto de vista humano, la Iglesia debe encontrar una nueva vía de salvación. Por eso la Iglesia ha tolerado el nuevo matrimonio, como remedio amargo para situaciones límite, basándose en el principio de economía.

El principio de economía es un principio fundamental de la Iglesia, mediante el cual la autoridad eclesial tiene la libertad de "pisar" un canon o una disposición eclesial, solo cuando el respeto de estos produciría un gran mal. La economía no es una regla en sí misma, sino de hecho una disposición mediante la cual se puede recurrir a excepciones con el objetivo evidente de la salvación de los fieles. La excepción no puede conducir a la destrucción de la ley, sino a evitar ahogar la libertad de los fieles cuando la letra mata. El principio de economía puede llamarse también principio de la aplicación en espíritu de las leyes eclesiales, o principio de la libertad y de la responsabilidad pastoral.

Por este motivo, la excepción no puede ser admitida más que una vez, o como mucho dos, pues, de lo contrario, su repetición ilimitada la transforma en una regla contraria a la inicial. Por eso el nuevo matrimonio es aceptado una vez o, como mucho, dos, para que no se convierta en una regla sin límites, sobre todo porque eso significaría el alejamiento consciente del espíritu de la Iglesia. Este es el sentido teológico-canónico del Concilio de Constantinopla del año 920, mediante el cual se prohibió la tetragamia.

El principio de economía está bien reflejado en la Sagrada Escritura, pues el mismo Salvador lo siguió muchas veces; por ejemplo, cuando escogió la salvación del endemoniado a costa de una gran pérdida material (el ahogo de los cerdos) o cuando muestra a las vírgenes sabias que no tienen compasión a la hora de negar el aceite de las lámparas para evitar que se malgastara o se perdiera totalmente, etc. En cuanto al matrimonio, el Salvador defiende su indisolubilidad, pero no podemos ignorar las palabras "excepta fornicationis causa" (Mt. 5,32), que son la base del principio de economía, como excepción a la regla.

El principio de economía está bien presente en los Santos Padres y puesto de relieve en toda la historia de la Iglesia, sobre todo en el I Concilio Ecuménico (Nicea, 325), donde los cátaros o puritanos exclusivistas son rechazados por la Iglesia (canon 8). La Iglesia no puede ser exclusivista, sino misericordiosa. La tolerancia de un nuevo matrimonio tiene que ser vista como excepción a la regla de la indisolubilidad del matrimonio en base a la misericordia sin fin de Dios. La excepción fortalece la regla, la indisolubilidad sigue siendo un atributo esencial de un matrimonio verdadero, aunque la Iglesia tolera el mal menor del nuevo matrimonio.

La Iglesia tolera porque no puede obligar a actos que lesionan la libertad del hombre. La Iglesia tiene que amar con el amor sin fin de Dios, porque el amor de Dios hacia el mayor de los pecadores sobrepasa con creces el amor del mayor de los santos hacia Dios.

Hay que añadir que el principio de economía no es un favor ni una recompensa, sino una solución de necesidad; por eso la Iglesia Ortodoxa no ha utilizado nunca el término "privilegium" tomado del derecho romano. Nadie puede ser privilegiado en la Iglesia, nadie puede verse favorecido en la obra de la salvación. Este hecho se ve también en que el oficio eclesiástico del segundo Matrimonio tiene un carácter de arrepentimiento que se lleva a cabo tras un período de arrepentimiento o una "penitencia" determinada, y que no es un "sacramento", sino una "hierurgia" con un carácter enormemente penitencial.

Permítanme que concluya con una pregunta sincera (espero no ser mal entendido): ¿El año 2016, año de la misericordia, no podría traer mucha más misericordia hacia los vueltos a casar? Si los que han cometido un aborto pueden ser perdonados, ¿no pueden participar también del perdón los vueltos a casar? ¡Roguemos a Dios que nos ayude!

Dr. Irimie Marga