jueves, 14 de diciembre de 2017

Reflexión de Adviento del Archimandrita Demetrio


Publicamos la Reflexión de Adviento pronunciada hoy por el P. Archimandrita Demetrio (Sáez), Vicario General de nuestra Sacra Metrópolis, en la reunión del Foro Ecuménico Pentecostés celebrada en nuestra Catedral de Madrid.

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La idea central del Adviento es la de “venida del Señor”. Podríamos preguntarnos si ese término de “venida” no es un puro símbolo, porque, al fin y al cabo, Cristo viene a nosotros en todo momento; de hecho, permanece entre nosotros. Sin embargo, esta proximidad, esta presencia eterna de Cristo, adquiere en el Adviento un significado especial: adquiere, de alguna manera, el carácter de “intensivo”. Se nos ofrece una gracia especial en esta “venida” del Señor. Cristo ya está presente, pero la gracia del Adviento nos permite tomar una conciencia más viva y más nueva de esa presencia. Cristo está entre nosotros y en nosotros; no obstante, en este período se nos da a conocer como “el que viene”, es decir, como el que quiere darse a conocer entre nosotros, como el que espera que nos adaptemos mejor a su intimidad.

La oración cristiana durante este período de Adviento se puede resumir en una sola palabra: “ven”. Es el “marana-tha”, el “Ven, Señor Jesús” con que termina el Apocalipsis. Si esa llamada es pronunciada con fervor y sinceridad por nosotros, se convierte en una verdadera ascesis. En efecto, la espera por la llegada del Señor toma en nuestra alma un lugar de creciente expectación. Cada día del Adviento, ese “ven” nos va llenando, y pronunciado cada vez con un acento más potente, rechaza en nosotros los pensamientos, las imágenes y las pasiones incompatibles con la venida de Cristo. Ese “ven” nos purifica y nos inflama.

Como hemos dicho, el término de “venida” designa aquí la intensificación, la objetivación de una cercanía y una presencia eternas. Nuestra oración de Adviento, el “ven”, podría traducirse por: “Que te sienta en mí”, “que el mundo entero sienta tu presencia”.

El que viene, o mejor, aquel de cuya presencia desearíamos ser más conscientes, se nos puede presentar en el Adviento bajo diversas formas: Occidente parece esperar al Rey y al Mesías, dominador y liberador a la vez. Hay en ello una fecunda idea que continúa la espera mesiánica de la Sinagoga. En este caso, para prepararnos a recibir a Jesús como Rey y Mesías, debemos, sobre todo en Adviento, ponernos en una disposición interior de obediencia: “Ya no deseo tener voluntad propia, sino obedecer a aquel que es más fuerte que yo y al que reconozco como mi  Maestro y Señor”.

Oriente ve en el Adviento la espera de la luz que va a amanecer. El nacimiento de Cristo coincide con la victoria de la luz sobre las tinieblas en el mundo físico: a partir de Navidad, los días crecen. De igual manera, nuestras tinieblas interiores se disipan con la venida de quien es la Luz del mundo. El Adviento bizantino tiende, sobre todo, hacia la Epifanía, la “fiesta de la Luz”, en tanto que el Adviento latino tiende hacia la Navidad, la venida del Señor en nuestra carne. Para preparar la victoria de la luz debemos abrirnos cada vez más a esa Luz “que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Juan 1,9). Debemos examinarnos bajo esa luz interior, debemos dejar que la luz “que está dentro de nosotros” guíe nuestros actos cotidianos para vivir en una atmósfera de docilidad, de verdad y de sinceridad.

El Adviento también tiene un significado escatológico importante: nos recuerda la segunda venida al final de los tiempos y el carácter transitorio de las cosas de este mundo. Pero la escatología no es fecunda si no se interioriza en nosotros y se aplica a nuestra vida personal. La gloria de la segunda venida debe, ante todo, ser prefigurada por la venida de Jesús a cada hombre individual y por el amanecer del día en nuestra propia noche oscura.

Quiero terminar con el himno que se canta en el rito bizantino desde el día 20 de diciembre, y que se repite al comenzar la Preparación de los Dones de cada Liturgia: “Prepárate, Belén, porque las puertas del Edén se han abierto a todos. Engalánate, Éfrata, porque en la gruta el Árbol de la Vida ha florecido de una Virgen. Su seno se ha convertido en paraíso espiritual de donde brota el Árbol Divino. Comiendo de él, viviremos eternamente y no moriremos como Adán, porque Cristo viene para renovar en nosotros la imagen divina”.

P. Archimandrita Demetrio (Sáez)

Jueves 14 de diciembre de 2017